Responsable: Vera Gorali



Bienvenidos al blog del Ateneo y Seminario de Investigación "La práctica analitica del Campo freudiano en Argentina desde 1980". Aquí daremos a conocer los resultados de un trabajo en proceso que interroga cómo es la experiencia analítica para los analistas lacanianos del Campo Freudiano a lo largo de 30 años. Ésta va modificándose en concordancia con lo expuesto por Jacques-Alain Miller en su curso semanal de París titulado "La orientación lacaniana", quien en su lectura de la Enseñanza de Jacques Lacan sostiene una permanente interpretación de la época

Esta búsqueda se realiza en el marco de la Universidad Popular de Psicoanálisis Jacques Lacan (UPJL), por lo cual el estilo y los objetivos de las universidades populares serán una referencia constante.


Integrantes del ateneo:

Sophie Battistini-Caussil, Raquel Garcés, Horacio Gargano,

Ana Larrosa, Julio Monzón,Carlos Gustavo Motta,

Marta Peña, Rosana Salvatori, Edit Beatriz Tendlarz, María Videla, Gabriel Vulpara


jueves, 29 de abril de 2010

Selección Mensual del Journal Des Journées 3

Editorial

Nuestra tercera edición mantiene una simetría de formato (carta y respuesta a la misma) acerca de la política de la Escuela pero dirime dos asuntos diferentes: la posición de la Escuela de cara a sus miembros y la cuestión del pase.

Dejo la primera al azar de la lectura. Respecto de la segunda creo necesarias algunas aclaraciones dado que nuestra intención sigue siendo la de alcanzar lectores más allá de los muros de la EOL y la AMP.

¿Qué es el pase? Es una invención de Lacan. Lo defino como el rasgo diferencial del análisis lacaniano: éste es terminable y su fin no es una declaración del analista que “otorga el alta” sino una decisión del analizante que se ve “transformado” en analista. Se puede demostrar por medio de un dispositivo sencillo pero que se sostiene de una estructura triple: el pasante que cuenta el momento en que se realizó para él esa mutación, el pasador que escucha ese testimonio y a su vez lo transmite, lo hace pasar a una comisión o cartel designado a tal fin. Es este quien, sin haber escuchado directamente al pasante decide si ese testimonio da cuenta de que ahí hay “del”(1) analista y lo nomina -o no- Analista de la Escuela.

Un dispositivo inédito que apunta directamente a la enunciación y no a los enunciados que nos parece importante dar a conocer.


Vera Gorali

(1)"du psychanalyste " es la frase que usa Lacan


Comentarios a la carta de Yves Depelsenaire

El problema de las admisiones: Una institución vive, querido colega, como vive usted. Usted fue joven, usted es viejo. Una institución que nace, que se debate por existir, es agradecida con quienes quieren unírsele en la indigencia en que se encuentra. Usted sabe en qué situación estábamos a la muerte de Lacan. ¿Quién era la Escuela? Un pequeño grupo de jóvenes responsables que se engancharon; algunos mayores: los Lefort, los Lemoine, Wartel, Razavet, otros; y unos 100 miembros de la disuelta Escuela de la que la ECF era la balsa de la Medusa. Para hacer número se aceptó a 50 miembros que provenían del Departamento de Psicoanálisis de París VIII y aún a 50 que venían de ninguna parte como usted dice.

La Escuela del 2010 no es ya la Escuela de 1980, para lo mejor y para lo peor. Unirse a la Escuela hoy día no es subir valientemente a un esquife en el que se apretujan los restos de un desastre oscuro, es entrar en un establecimiento de buena reputación, potente y respetado, tan ricamente dotado como para aflojar los cordones de su bolsa sin percatarse siquiera, pertrechado con todas las acreditaciones sociales, introducido en los Ministerios, y que es parte de una vasta red internacional de estrechos vínculos. Entonces, si la Escuela ha cambiado hasta ese punto ¿es tan sorprendente que las condiciones de admisión en la Escuela hayan cambiado también?

No fue diferente en el comienzo de la Escuela freudiana, hace ya tiempo, en 1964. Para llegar a duras penas al centenar de miembros, fue preciso que Lacan pescara a un mocoso de veinte años, que lo leía desde hacía seis meses, y a dos de sus camaradas cuando ninguno valía ni un comino (yo, Milner y, si mi recuerdo es bueno, Yves Duroux). El diálogo de Susanne Hommel con Lacan pone de manifiesto la mentalidad del momento: “Acabo de pedirle que sea miembro de la Escuela. - Pero le pido que sea miembro de la Escuela. No todo el mundo quiere hacerse miembro de la Escuela”.

Sólo que, en la Escuela freudiana, la política de admisiones permaneció sin cambios. De manera que, en dieciséis años, alcanzó y sobrepasó la cifra de 600 miembros (a pesar de la sangría ocasionada por la revuelta de notables y su marcha para fundar el “Cuarto Grupo”). Desde 1973, cuando volví a estar en contacto con la institución, los lacanianos, los lectores de Lacan al menos –digámoslo así- eran mucho menos numerosos en ella que los alumnos de Doltó y de Jean Oury (psicoterapia institucional) juntos. Este crecimiento, alimentado por los jerifaltes que empujaban cada uno a sus confidentes, fue una de las causas de la desaparición de esa Escuela.

Considero que si la Escuela sobrepasa este año la frontera de los treinta años, su crecimiento mesurado, el hecho de que seamos 377 o 378 miembros (cifra que me acaba de proporcionar Anne Ganivet), no carece de importancia.

No olvido a los dos pasadores a los que usted mencionó y que se quedaron fuera de combate, injustamente dice usted. Hace falta que nos diga algo más: ¿han hecho ellos el pase, sus pasadores? ¿han tomado la palabra en las últimas Jornadas? y por lo demás ¿por qué no decir quiénes son?

“Un deseo demasiado grande”. No me gusta más que a usted esa frase que trae a colación. El problema no es el “demasiado”. ¡Quiera Dios que se nos unan colegas muy ambiciosos! Tenemos más que temer de aquellos cuya ambición se limitara a llegar a ser miembros. El problema, en mi opinión, no es tanto reconocer como promover. Y digo que la Escuela, si quiere ser algo distinto a una ficción –si deseamos que exista, que sobreviva y, mejor que sobrevivir, que se regenere periódicamente, debe dar prueba de algún egoísmo institucional: ¿qué se puede hacer por ella? ¿qué se le puede aportar, qué saber, qué energía, qué promesas? No, la Escuela no está ahí para recompensar a los meritorios, ni para servir de asilo a viejos servidores, ni para dar gusto a sus simpatizantes. No es “una madre suficientemente buena” ni tampoco “un frío monstruo”. La Escuela es un cálculo sobre el porvenir. Provino de la apuesta sobre el porvenir hecha por Lacan y que fue una disolución. Esa apuesta se ha ganado. Nos toca apostar a nosotros.

Ningún chantaje a la pureza. En tanto que tiene miembros, que los selecciona, la Escuela no es el psicoanálisis puro, es psicoanálisis aplicado. Es psicoanálisis aplicado a la constitución y el gobierno de una comunidad profesional, y a las relaciones de esa comunidad con los poderes establecidos en la sociedad y el aparato del Estado. Durante los años en que estuve en el Consejo, me preocupé por el pase, me preocupé también de que el número de no médicos estuviera, entre nosotros, equilibrado con un número similar de médicos. Lo que no carece de importancia en el reconocimiento del que goza la Escuela. Y para reconocer, es preciso ser reconocido. Un médico le aporta a la Escuela un crédito social que un no médico no le aporta. Es así. Una gestión prudente del interés de la institución lo tendrá en cuenta.

Los ni… ni… ¿Hay que sorprenderse, hay que indignarse de que la Escuela sea reticente a admitir a no médicos y no psicólogos? El mundo cambió desde que el encantador X* fichó al encantador Y*. Se nos impuso la enmienda Accoyer y no a falta de haberla combatido. Actualmente toda Europa reglamenta la práctica “psi” sobre bases comparables. Desconocerlo sería poner en práctica lo que se llama política del avestruz. La Escuela no existe en el cielo de las Ideas, es una institución que se debate por la causa freudiana en un mundo efectivamente real, wirklich, y esto trae consigo adoptar compromisos, sí –a condición, desde luego, de que sean “revolucionarios” como decía alguien, quiero decir que hagan avanzar la causa. En el fondo, sólo me entiendo con los “hegelianos”, quiero decir con quienes tienen el concepto de la “ley del corazón”. François Regnault sabrá multiplicarlos entre nosotros. Lacan, dígase lo que se diga, siempre permaneció fiel a Hegel, al menos en esto.

Por lo tanto, en adelante, será más difícil llegar a ser miembro de la Escuela si no se es médico ni psicólogo (yo no lo soy más que Vd.). Precisamente esto nos permitirá admitir a los ni… ni… con talento, que serán necesariamente poco numerosos. Hacerse psicólogo no es el fin del mundo de todos modos. Cuando Laplanche, alumno de l´Ecole Normale Supérieure, quiso hacerse analista, Lacan le conminó a que hiciera estudios de Medicina. Era a mitad del siglo pasado. No veo nada indecente en explicar al novato que el psicoanálisis no le dispensa de pagar las facturas ni de darle al César lo que le corresponde. Para él, ese principio es de tradición.

Una subversión de utilidad pública. Una institución, considerada como el conjunto de sus miembros, pertenece evidentemente al registro de la extensión. La definición del miembro en cambio es una cuestión de intensión. Si se quiere que el conjunto E, puesto por “Escuela”, no contenga más que a psicoanalistas, sólo hay que aceptar entonces a A.E –suponiendo que los jurados sepan lo que hacen. Lacan lo pensó: es la fórmula que propuso a sus alumnos italianos (Autres écrits, p. 307). Su práctica fue muy diferente: presencia de no analistas (idem p. 269-272), nominación de A.M.E, hechos para responder “con respecto al cuerpo social” (ibidem p. 294).

¿Por qué una Escuela? Se trata en suma de crear y hacer perdurar una institución que satisfaga plenamente las exigencias del Estado y de la sociedad, aunque albergando en su seno una práctica subversiva del sujeto llamada psicoanálisis puro. ¿Por qué dar pruebas, recibir asentimientos? ¿Por qué ese gran despliegue de semblantes? A fin de alojar el pequeño alveolo imprescindible para la formación de los analistas y su acreditación por otros analistas.

¿La institución, sus compromisos, incluso sus ardides decepcionan a sus fantasmas? Suprima todo eso, ya no hay Escuela y ya no hay alveolo. Un agujero nunca existe solo. Un agujero no existe en el vacío. Es lo contrario ¿quiere usted consolidar la institución a tenor de su época? ¿modernizar, incorporar la institución a la sociedad, a los “media”, al mercado? ¿llegar a ser un engranaje del Estado o uno de sus pseudópodos, la Universidad, la asociación Aurora o qué sé yo más? Entonces ningún alveolo tampoco. No encontrará receta, ni matema, que le diga cómo hacer, que le dé indicaciones en cada caso, en cada circunstancia, de cómo negociar el pase entre Caribdis y Escila. En esto se navega a ojo.

Malthusianismo. ¿Alguna vez dio pruebas la Escuela de un “inveterado malthusianismo”? Discutámoslo. A mí me parece que durante más de un decenio hubo una gran penuria de jóvenes en la Escuela de la Causa, como en las demás instituciones psicoanalíticas. Hacia 1995 nos faltó una generación. Ahora la juventud ha vuelto a encontrar el camino de la Escuela. ¿Y por qué? ¿Y cómo? En mi opinión fue el voto unánime de la Escuela contra la enmienda Accoyer y el rigor de una serie de Foros, nunca vistos hasta entonces, lo que nos valió el favor de la juventud. Entre todas las instituciones analíticas una sola, la nuestra, demostró en acto, y asumiendo todos los riesgos, que tenía todo su empeño puesto en el porvenir del psicoanálisis y que luchaba, aquí y ahora, en la Wirklicheit, no por sus actuales miembros, que en modo alguno estaban amenazados, sino por sus menores. No olvidemos que, en un mes, nuestra ofensiva-relámpago de noviembre del 2003 triunfó sobre un texto que, sin embargo, fue votado por unanimidad en la Asamblea Nacional (el 3 de diciembre Accoyer retiraba la enmienda en su primera forma; dejemos que otros deploren la indebida influencia de los intelectuales, o de los grupos de presión, en la vida política nacional). Y a partir del 2004 (o del 2005) las Secciones clínicas revelan una afluencia inédita de jóvenes. Imagino que es esa generación la que, en noviembre último, subió a escena. La generación Jornadas es la generación Foros, cinco años después.

El pase a la entrada. Efectivamente tuve la tentación de reanimar el pase, entre nosotros, recordando que los candidatos al pase que no fueran nombrados A.E podían sin embargo ser recomendados por el jurado para que el Consejo los nombrara miembros. Esta práctica se introdujo en nuestras costumbres. Pero propuse también otra cosa: que, sin pretender sin embargo estar al término del análisis, se pudiera pedir la entrada en la Escuela, como miembro, por medio del pase. Esta propuesta fue adoptada con tanto entusiasmo y fue objeto de tal propaganda (“¡Adelante, es el momento!”) que hubo que volver a considerarlo todo de nuevo. Cuando se puso de manifiesto que los jurados del pase no iban mucho más allá de comprobar que el sujeto en cuestión estaba en análisis, el “pase a la entrada” quedó en suspenso. ¿Quién habría podido prever que las Jornadas de noviembre iban a verlo renacer? ¿Que un sujeto, escribiendo para el público, diría hasta tal punto más que al mandatario de un Consejo que lo recibe a solas? ¿Diría tanto, o casi tanto, como a un pasador? No he acabado de meditar sobre esto. Le invito a que lo haga.

El seguidismo. En treinta años ha tenido tiempo usted de convertirse en un anciano, tiene una experiencia y una sabiduría por comunicar en adelante a esos jóvenes que salen, todo fuego, todo pasión, de las Jornadas. ¿Qué experiencia? que las consignas cambian; que el CPCT, puesto un día por las nubes, es pisoteado al siguiente; que un “¡viva el pase a la entrada!” anuncia su próxima cancelación. ¿Qué sabiduría? algo así como “a menudo la mujer varía, loco el que de ella se fía”. Pero ¿quién varía aquí? ¿quién dice blanco después de haber dicho negro? ¿quién lanza las consignas y después las anula? Usted no menciona mi nombre pero ¿quién no lo ha comprendido? No es usted el único, además, que percibe los avatares de la institución en ese registro grotesco: uno de nuestros colegas recomienda a sus amigos: “no hacer nunca lo que JAM pide, en un mes habrá cambiado de opinión”; para otra colega no es lo que yo enuncio lo que constituye un problema sino mi “modo de enunciación” y sus efectos de sugestión. En resumen, ninguna oposición al fondo sino frases satíricas sobre mis supuestos bandazos y burlas hacia quienes ajustarían su paso al mío sin pensarlo antes.

¿Qué quiere que le diga? Lo asumo. Toda “Massenpsychologie” incluye efectivamente esos fenómenos que usted clasifica bajo la rúbrica de “unanimismo”, mejor dicho “seguidismo”. Es un aspecto de las cosas. Privilegiarlo no conduce lejos: o bien se retira uno en el despecho, la envidia, o la cólera, incluso el humor; o bien se afana uno incesantemente en desanimar, en desmoralizar, a los “seguidistas”. En ambos casos se juega, como usted señala, al non-dupe. Con poco gasto se siente uno superior a la masa. En cuanto a mi variabilidad, permítame que le cite mi respuesta a mi amiga Flory, de Buenos Aires, aparecida en el número 68 del Journal, el 8 de diciembre último: “En el 2000 era urgente dar a la AMP su identidad propia después de veinte años de Encuentros Internacionales. Al calor de esos Encuentros se forjó la EOL, y además la AMP y la EBP. Pero ese período, si se prolongara indebidamente, conduciría a la confusión: había que cortar. Hace diez años que estamos entre nosotros en la AMP. Hemos conquistado nuestra identidad. En adelante la AMP nos aprisiona, a nosotros. Se creería que la AMP se ha convertido en una comunidad de propietarios. Por lo tanto, nuevo giro didáctico: abrir, no completamente sino lo bastante para dar una perspectiva a los jóvenes y también para renovar las maneras y el estilo de nuestros intercambios que, en los últimos tiempos, han envejecido seriamente. Pedir que se tome en cuenta el factor temporal. Ningún reglamento es válido para siempre. En un principio produce los efectos positivos que motivaron su promulgación; después, pasado un tiempo Tx, llegan los efectos negativos. La apertura se convierte en caos, el rigor se hace mortífero. Por lo tanto, no se trata de pensar que “Miller cambia de opinión como de camisa, un día cierra, otro abre”. Los queridos colegas que lo dicen olvidan que el tiempo, quiero decir la duración, modifica el efecto de los procedimientos. Cuando los responsables están atentos, pueden hacer evolucionar las cosas con suavidad. Si no se preocupan, si dejan que las cosas fluyan, los cambios se producen pese a todo, pero bruscamente”.

Por lo demás ¿cree usted que jugar a “estar-de-vuelta-de-todo” sea ayudar a que “el ala del deseo”, como usted dice, no decaiga de nuevo? Usted habla de un “entusiasmo por encargo” ¿Quién encarga qué? Usted no cuenta las veces que no he sido escuchado. ¡Ah! no se ha percatado, usted. Bueno, pues yo sí. Tengo la suerte de que, a veces, algunos me sigan, confíen en mí, y sin embargo no se sientan disminuidos (sino que les lleve más bien a producir). Puedo concebir que eso le exaspere, pero no me hará decir que esté mal.

En conclusión, no, yo no creo que, en la institución, el problema más agudo sea el seguidismo, ni mis llamados bandazos. En todo caso, sería más bien el inmovilismo, el in situ con apariencia de movimiento: el tiovivo de los caballos de madera. No se sigue a nadie cuando se gira en redondo, efectivamente. Ya que es usted más sensible que otros a ese fenómeno del seguidismo, sería menester, me parece, que me ayudara a examinar el uso que hago de esa autoridad que se me consiente en la institución: ¿es bueno, es malo? ¿cómo debe ser en el futuro? Es algo que merece discutirse.

La gerontocracia psicoanalítica. Encuentro graciosísimo que los viejos diagnostiquen en los jóvenes un mal que se llama “demasiado deseo”. ¡Esa broma sí que es buena¡ Ahí tiene usted razón.

Da justo en el blanco (dans la mille).

Queda que la gerontocracia tiene sus partidarios, Confucio por ejemplo, cuya doctrina en este punto no parece obsoleta en China. La propia práctica del psicoanálisis, por razones de estructura, engendra una gerontocracia en la institución , y es una tendencia difícil de contrariar. Fíjese en la Escuela freudiana. Un primer lote de ancianos se marchó con Lagache a la I.P.A. Los otros, los que permanecieron con Lacan, se fueron cinco años más tarde con ocasión de la querella del pase. Lacan recuperó in extremis a Clavreul haciéndolo vicepresidente, Leclaire se instaló en el Aventino , los jóvenes de la época fueron promovidos a las plazas vacantes. Pero esa generación de 1964 se volvió “gerontocrática” mucho más rápidamente aún que las precedentes y, como un solo hombre, desertó de la ECF en cuanto la generación siguiente, la de 1980, asomó el morro. Me parece que esta generación, la suya, lo hará mejor que sus mayores: no querrá desalentar a la generación del 2010, sabrá abrirle la puerta y permanecer con ella hombro con hombro.

Una palabra más. ¿Cómo un psicoanalista que no puede orientarse en la sociedad en la que vive y trabaja, en los debates que la convulsionan, estaría preparado para tomar a su cargo los destinos de la institución analítica? Nada más actual que la gran idea que Lacan se hacía del psicoanalista en 1953 (antes de tener que empequeñecerla dada su experiencia con los psicoanalistas existentes) y el requerimiento que les dirige (Escritos p. 309): “Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes”. Podíamos desatenderlo en la época en que los poderes públicos se preocupaban poco de las actividades de los “psi” (lo que, por lo demás, Lacan deploraba). Puesto que, en el siglo XXI, el psicoanálisis es un problema de la sociedad, un problema de la civilización, la elección es forzosa: el pase sin el foro sería la Escuela convertida en secta, el pase hecho semblante. Lo que no quiere decir: tomar partido. Quiere decir: hacer demostración en acto de nuestra posición como psicoanalistas, no sólo en “la cura” sino en “la ciudad”. Por lo tanto, cita en el Foro del 7 de febrero.


Jacques-Alain Miller

Journal des Journées Nº 78

6 de enero 2010


1) Según la tradición, en uno de los conflictos entre patricios y plebeyos,

en el 494 A.C., los plebeyos se retiraron al Aventino y amenazaron con

fundar una nueva ciudad. Ante esta amenaza, los patricios cedieron a

las reclamaciones de los plebeyos. Por analogía, se ha llamado Secesión

Aventina a la actitud de los diputados opositores que abandonaron las

tareas legislativas durante varios meses, en protesta por el asesinato de

Giacomo Matteotti, durante el régimen fascista liderado por Benito Mussolini.


Carta del primero de enero

Soy miembro de la ECF desde sus comienzos. Fui acogido por el encantador Robert Lefort, uno de los pocos miembros de la antigua Escuela Freudiana de París en seguir fieles a Lacan después de la disolución. Guardo de nuestra entrevista un emocionado recuerdo. Tenía treinta años. No era ni médico ni psicólogo. Para ser breve, venía de ninguna parte.

He permanecido visceralmente vinculado a la existencia de esa Escuela. En un cierto sentido siempre representa para mí lo que fue en sus inicios: el lugar por el que Lacan apostaba para preservar su enseñanza. Joven y animada aún, … Y el día en el que tenga la sensación de que ya no lo es, dejará de interesarme.

En el momento presente, tengo poco más o menos la edad que Rober Lefort tenía entonces. No estoy seguro de que una acogida parecida me estuviese todavía reservada. Es lo que me motiva para escribir estas letras.

No hay nada más intranquilizador que el “jovenismo”. No pienso que sea suficiente con abrir la puerta de la Escuela a batallones de “menos de X años” para reanimarla. Pero es claro que su malthusianismo es deprimente. Lo que no es nuevo. Conozco excelentes colegas, ya no muy jóvenes y con razón, que se han cansado de llamar a las puertas de la Escuela. Algunos tienen la gran desgracia de no ser ni médicos ni psicólogos. La Escuela, supuestamente ligada al principio del psicoanálisis laico, parece, para mi sorpresa, haber integrado esa condición en la selección de sus miembros. Pero conozco otros que han hecho el esfuerzo de fastidiosos años de facultad de psicología y a los que no se les trata sin embargo mejor.

Incluso en la coyuntura que ha seguido a las recientes Jornadas, no se me ocurriría animarlos a presentar su candidatura, por temor a exponerlos a una nueva y cruel decepción. Y eso que muchos de ellos son laboriosos desde hace años en las diversas redes del Campo freudiano. Admiro su perseverancia. Los compadezco cuando los encuentro esculpidos y prestos a personales prestaciones a demanda.

Dos casos precisos y significativos me han sacudido. Se trata de dos personas que conozco bien por haberlos propuesto como pasadores hace una decena de años. Según los ecos que me han llegado, cumplieron su tarea con gran satisfacción de los carteles de la época.

Después no fueron admitidos en la Escuela. Como me extrañé un poco ante un miembro del Consejo, me respondió que estaban decididamente animados por demasiado deseo de reconocimiento. ¡Qué broma más buena! ¡Como si de un deseo impuro como ese cada uno en la Escuela estuviese limpio! Conociendo la modestia demasiado grande de los interesados y la autenticidad de su relación con el psicoanálisis, dejé el tema.

La Escuela sufre de otro mal que se ha revelado mejor que nunca en las Jornadas y que mi amigo Hellebois ha definido muy bien: el “unismo”. Es lo que me hace temer que, a pesar de los espíritus enaltecidos por esas Jornadas en las que el analizante tomó la palabra y en las que la singularidad de la enunciación fue eminentemente sensible, el ala del deseo se abata demasiado pronto.

Por mi parte, los entusiasmos dirigidos han tenido siempre ese efecto. Hellebois consigue divertirse. Es el buen remedio. Voy a tratar de arreglarme al respecto.

Estos últimos años, el “unismo” se ha manifestado en dos direcciones opuestas. Hubo primero el periodo “Todos a los CPCT”. Un periodo simpático desde muchos puntos de vista que trajo, no lo olvidemos y Jacques- Alain Miller lo recordó felizmente en el merecido homenaje a Hugo Freda, a muchos jóvenes colegas hacia la Escuela como lugar privilegiado de formación clínica. Después, como consecuencia de las objeciones, ciertamente fundadas, expuestas por JAM, vino el periodo ¡oh qué poco simpático! del “Horror CPCT”.

Conocimos el mismo movimiento con “¡Viva el pase a la entrada!, seguido del “¡Que nadie entre aquí si antes no lo está!” ¿Apertura-cierre del inconsciente, imparable golpeo dialéctico, lo ineluctable?

¿Qué grito brotará dentro de unos meses? No jugaré al incauto y al pájaro de mal agüero. No presumo de nada de eso. Pero, ¿cómo hacer para que lo que se promete no sea comido con cubiertos de aplausos? That´s the question, y no hay naturalmente respuesta precocinada. Sepamos al menos lo que nos cuelga de la nariz.


Yves Depelsenaire

Journal des Journées Nº 78

6 de enero de 2010


De cerca y de lejos

Con este título que rinde homenaje a Claude Lévi-Strauss, sigo en el debate abierto por la carta de Estela Paskvan en el Journal des Journées nº 73, “Autonomie”. Me resultó, en efecto, extraño leer que “el pase se ha alejado tanto de los miembros”, que “el dispositivo se nos escapó de las manos”, que “los miembros de la ELP empezaron a perder de vista el dispositivo”, que “es el dispositivo quien goza de tal autonomía respecto de los miembros”.No es la sensación que he tenido pero tampoco la que he recibido de los miembros de la Escuela, incluso después de la fecha en la que supuestamente se habría hecho manifiesto este fenómeno. Repasando los datos de los que dispongo sobre el dispositivo del pase en la EEP y en la ELP desde sus inicios, -donde he cumplido como Estela Paskvan la función de secretariado del pase -, viendo las composiciones de carteles y secretariados del pase se hace más bien patente una clara vocación de enraizarse en lo local. ¿Pero qué querría decir que “el dispositivo está lejos”? En realidad, el dispositivo no está más lejos ni más cerca que lo que permite hoy el teclado del ordenador a cada uno en el momento de formular su demanda de pase al Secretariado. El dispositivo es un artefacto pensado para atrapar algo de la experiencia, es un hecho de discurso y la distancia en cuestión depende finalmente del lugar de enunciación que uno sostiene en relación a la experiencia y a la Escuela como Una. Después, en efecto, uno tiene que viajar, cubrir ciertas distancias más o menos largas en la realidad. Pero este ha sido desde siempre y deberá seguir siendo el destino de los miembros de las Escuelas de la AMP, el de moverse lejos de sus ciudades… No, no puede ser el dispositivo mismo el que se aleja, en todo caso es uno mismo el que se siente alejado de él por razones que pueden ser diversas y que hay que dilucidar todavía. “Mira, aquel tren que se está yendo” puede decir alguien desde el tren en el que viaja cuando en realidad es éste el que ha empezado a moverse en relación al otro que sigue detenido en el mismo lugar. La buena pregunta seria entonces: ¿hacia dónde ha empezado a moverse el tren que me lleva, tal vez sin yo saberlo? Es la verdadera pregunta que debemos hacernos para empezar a dilucidar también las dificultades del pase: ¿hacia dónde se mueve hoy la ELP?

Una primera respuesta que puedo extraer de conversaciones que he mantenido hoy mismo con miembros diversos, y de diversos lugares de España: se mueve en direcciones distintas, y se mueve con la fuerza centrífuga que ha sido de hecho y desde su inicio su principal fuerza generadora… El término “fraccionamiento” me ha sido evocado en al menos dos de estas conversaciones y es el modo en que se experimenta hoy esta fuerza centrífuga en algunas ocasiones. En realidad, esta misma fuerza, correlativa a la “dificultad” de hacer existir la unidad española evocada por Jacques-Alain Miller en diversos momentos, esta misma fuerza fue también la que permitió la creación de la ELP. Pero lo fue sólo a condición de tener muy presente la dimensión mediadora, deslocalizada, que el Campo Freudiano supo insuflar en ella desde mucho antes de su comienzo.

“Mediación” es la palabra que Jacques-Alain Miller ha utilizado para hacer de contrapeso a la “dificultad” antes mencionada. Por mi parte, debo decir que con el tiempo he aprendido a tomarle gusto a esta dificultad que impide definir el rasgo que el adjetivo “español”, - como el adjetivo “catalán” “gallego”, “vasco”… - vendría a completar en un conjunto. Creo que es en esta dificultad preservada, tanto como incompleto es el conjunto del que deriva, donde se funda el rasgo específico de la ELP como tal. Pero entonces se hace mucho más presente la necesidadlógica de esta mediación que, de hecho, la precedió.

Un comentario más sobre la “mediación”. La mediación hace falta no sólo cuando un elemento (Escuela, comunidad, sede, miembro… .) no puede vincularse con otro - función cuanto más necesaria, más pasajera - sino cuando la Escuela misma no puede tomarse como Otra para sí misma, cuando cada punto, elemento o miembro de ella no puede tomarse como Otro para sí mismo. Dicho de otra forma: cuanto mas difícil es sostener y hacer algo con la no relación, más mediación hace falta.

La Escuela Una, como concepto y como experiencia, es nuestra mediación. Pero por sí misma no puede cumplir su función de “más uno” en las Escuelas y en cada Escuela sin una posición activa y decidida de sus miembros. La experiencia del pase es, entre otras cosas, un modo para que esta mediación (que lo es también de cada analista consigo mismo para seguir siendo analizante) no se convierta en simple pacto, en acuerdo tácito y táctico de reconocimiento sino en verdadero sujeto de la experiencia. Es esta Escuela y este pase lo que debe advenir, cada vez, al lugar de lo imposible de la relación.

Se trata entonces de saber situar hoy, en cada lugar de la Escuela, en cada una de sus actividades, esta mediación, no como un ideal hipnotizante o sugestivo sino como la función necesaria del “al menos uno” que descompleta el conjunto y hace a la vez de agente provocador para cada uno de sus elementos. La propia función del éxtimo, pensada en las nominaciones de AE hechas por los carteles del pase en varias Escuelas, responde a esta necesidad. Debe ser también la función de los propios AE como analistas de la experiencia de la Escuela, pero también debemos saber localizarla y utilizarla en dada uno de los actos que hacen la Escuela cuando sus miembros se sienten implicados en ella. Esta mediación, cuando se trata de la relación del analista con su ser analizante de manera permanente, es el pase mismo.

Desde esta perspectiva, algo se hace entonces patente: sustraigamos este elemento mediador que anuda las Escuelas en la AMP, que anuda también la experiencia de cada miembro con los otros en la Escuela Una, que anuda a cada analista con su ser analizante, y el alejamiento recíproco se produce de forma automática, sin poder saber ya nunca más, cada uno, quién se ha alejado de quién.


Miquel Bassols

Journal des Journées Nº 76

23 de diciembre de 2009


Autonomía

En estos días, cuando leo y escucho acerca de “la escuela del pase”, se me aparecen escenas de reuniones, retazos de asambleas, discusiones acaloradas. Todos ellos referidos a la fundación de la escuela, aquella del 90 y que se llamó EEP. Fue “europea” porque no lograba ser “española”… aún.

Esa escuela nació al mismo tiempo que J.-A. Miller formulaba “la pregunta de Madrid”, la pregunta que se extendió rápidamente por el Campo Freudiano -entonces no había más escuelas que la ECF y la de Caracas- y que se resumía en “¿Qué les parece dejarles a ustedes mismos la libertad de entrada a la Escuela, según los dos modos diferenciados?” Así él proponía un nuevo modo de entrada a la escuela: por el pase, y así causaba eso que se llama “elaboración provocada”. Y no era de pico, la elaboración fue de verdad y en eso estuvimos de lleno todos los miembros, adherentes y “aspirantes” aproximadamente cuatro años. Terminamos siendo “expertos” en el pase y su dispositivo; no sólo se discutía vivamente de teoría y clínica del pase, sino también de reglamentos, incompatibilidades, etc. Y llegó el momento de instaurar el dispositivo. “¿Cómo formar los primeros carteles?”, era la pregunta. J.-A. Miller recordó que había diez AE en la ECF, ¿por qué no hacer dos carteles con gente tan honorable? Aprobación entusiasta por todos. A eso siguió: “¿Quiénes designarían los primeros pasadores?” J.-A. Miller se sacó de la manga una propuesta que hoy parecería inverosímil: todos los que consideraran que un colega podía desempeñar esa función (y fuera bilingüe) podían dirigirle a él su propuesta. Se comprometía a considerarlas, incluso a consultarlas con los analistas de los así sugeridos. Y por si fuera poco para infundir confianza, hizo pública esa primera lista de pasadores. Sí, eso funcionó así; los miembros de la escuela tenían el pase en sus manos. Aún recuerdo divertida la anécdota: me encontré con una colega que me dijo: “Yo te designé pasadora”. Según los informes de esos carteles, esos pasadores fueron “excepcionales” en su transmisión.

¿Qué ha sucedido para que el pase se haya alejado tanto de los miembros? E incluso, de las más “altas” jerarquías (me consta la ignorancia demostrada por algunos en cierta ocasión acerca del reglamento vigente). Intento explicarlo ¿cuándo fue que el dispositivo se nos escapó de las manos?

¿Fue a partir de la crisis del 98? Es verdad que fue un duro golpe; el clima necesario para el pase no fue precisamente favorable, la confianza

escaseaba y ciertas ausencias conseguían notables agujeros. Sin embargo, entre el 98 y el 2000 se jugó otro tiempo instituyente, el de la ELP, y ¡por fin!, la escuela… ¿española?, mejor, Lacaniana. El pase “desdoblado” retomaba impulso: muchos miembros preferían esta vía para entrar a la nueva Escuela. Pero esta vez -si recuerdo bien- el desdoblamiento fue de los carteles: uno, el español -formado por los AE españoles- para el pase de entrada; el otro, en París, para el pase conclusivo. El chiste por repetido ya no hacía gracia: “los AE como los niños vienen de París”. Pero también de allí vino la decisión: el pase de entrada finalizó -realizando un oxímoron-.

Hubo que esperar hasta enero del 2003 para tener un nuevo reglamento del pase de la EEP (hoy FEEP) y aún vigente. Allí figura en su artículo 3, cómo se constituye “el cartel hispanohablante”. Fue a partir de este momento que los miembros de la ELP empezaron a perder de vista el dispositivo.

La Asamblea de la EEP en el Congreso de Roma de 2006 señaló el momento definitivo. Se presentaron a la asamblea unos nuevos estatutos a fin de convertir la Escuela Europea en una Federación. Antes de su votación, pedí la palabra para apoyar la decisión de transformar esa Escuela en una Federación -sobraban razones- pero veía una dificultad para votar afirmativamente. Esa era, precisamente, que la Federación conservaba el poder sobre el dispositivo del pase y desaparecía la última instancia de control de los miembros: la asamblea. Pedí que se considerase la posibilidad de que el dispositivo del pase estuviera en manos de ELP con un nuevo reglamento; esa Escuela ya había dado pruebas suficientes de poder asumirlo. Se respondió que sí, que era pertinente, que se consideraría…en fin, nada cambió desde entonces. Por más que esté escrito en algún anuario que “…la ELP es completamente autónoma y tiene su propio cartel del pase”, eso no es cierto, pero no es lo importante. Es el dispositivo quien goza de tal “autonomía” respecto de los miembros que nadie sabe de él.

Esta situación resulta, a mi entender, de la inercia propia del funcionamiento cuando lo instituido sólo responde al “que siga marchando”. Llegados a este punto, mejor confiar en la decisión de las personas que en dicho funcionamiento. En ese sentido, celebro con entusiasmo que en el Journal des Journées se haya comenzado a hablar “a cielo abierto”.


Estela Paskvan

Journal des Journées Nº 73

11 de diciembre de 2009

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