Responsable: Vera Gorali



Bienvenidos al blog del Ateneo y Seminario de Investigación "La práctica analitica del Campo freudiano en Argentina desde 1980". Aquí daremos a conocer los resultados de un trabajo en proceso que interroga cómo es la experiencia analítica para los analistas lacanianos del Campo Freudiano a lo largo de 30 años. Ésta va modificándose en concordancia con lo expuesto por Jacques-Alain Miller en su curso semanal de París titulado "La orientación lacaniana", quien en su lectura de la Enseñanza de Jacques Lacan sostiene una permanente interpretación de la época

Esta búsqueda se realiza en el marco de la Universidad Popular de Psicoanálisis Jacques Lacan (UPJL), por lo cual el estilo y los objetivos de las universidades populares serán una referencia constante.


Integrantes del ateneo:

Sophie Battistini-Caussil, Raquel Garcés, Horacio Gargano,

Ana Larrosa, Julio Monzón,Carlos Gustavo Motta,

Marta Peña, Rosana Salvatori, Edit Beatriz Tendlarz, María Videla, Gabriel Vulpara


martes, 27 de abril de 2010

LA CABRA DE MONSIEUR SEGUIN

LA CABRA DE MONSIEUR SEGUÍN de Alphonse Daudet
(Traducción de J. Andres Luaces Marcado)

A monsieur Pierre Gringoire poeta lírico de Paris

¡Nunca cambiarás mi Pobre Gringoire!

¡Pero, como, te ofrecen un trabajo de cronista en un afamado periódico de Paris, y tienes la desfachatez de rechazarlo...Pero mírate, desgraciado muchacho! Mira ese traje raído, ese calzado en retirada, ese rostro demacrado que clama hambre. ¡He aquí, sin embargo adonde te ha conducido tu pasión por las bonitas rimas! He aquí para que te han servido los diez años de leales servicios en las páginas de Sire Apolo. ¿Pero es que al fin no sientes vergüenza?
¡Hazte ya cronista, imbécil! ¡Hazte ya cronista! Ganaras bonitas monedas a la rosa. Te pondrán los cubiertos en casa de Brebant, y podrás lucirte los días de estreno con una pluma nueva en el birrete.
¿No, no quieres?...Pretendes permanecer libre hasta el final...Pues muy bien, escucha la historia de
la cabra de monsieur Seguín. Ya te darás cuenta de lo que ocurre cuando se quiere vivir en libertad.

Monsieur Seguín nunca había tenido suerte con sus cabras.
Las perdía todas de la misma manera: Un buen día rompían sus cuerdas, y tiraban hacia el monte, y allí arriba el lobo se las comía. Ni las caricias de su amo, ni el miedo al lobo, nada las detenía. Al parecer eran cabras independientes, que deseaban por encima de todo el aire puro y la libertad.
El bueno de monsieur Seguín que no llegaba a entender el carácter de sus animales, estaba consternado, decía:
-Se acabó; las cabras se aburren en mi casa, no guardaré a ninguna.
Sin embargo, no llegó a desanimarse y, después de haber perdido seis cabras de la misma manera, llegó a comprar una séptima; Pero esta vez, se cuidó de escogerla jovencita, para que así se acostumbrara mejor a quedarse en su casa.
¡Ah, Gringoire, que bonita era la cabrita de monsieur Seguín! Que bonita era con sus dulces ojos, su barbita de sub-oficial, sus pezuñas negras y relucientes, sus cuernos anillados y su larga melena blanca que le hacía de sobrepelliz. Era casi tan encantadora como el cabrito de Esmeralda, ¿Te acuerdas, Gringoire?- y además era dócil, dejándose acariciar y ordeñar, sin poner la pata en la escudilla. Un encanto de cabrita...
Monsieur Seguín tenía detrás de su casa un prado rodeado de un seto. Ahí colocó a la nueva pensionista. La ató a una estaca, en el mejor sitio, teniendo cuidado de dejarle mucha cuerda, y de vez en cuando, venía a comprobar si se encontraba bien. La cabra se hallaba muy a gusto y pacía la hierba con tanto gusto que monsieur Seguín era feliz.
-Por fin decía el pobre hombre, ¡Aquí hay una, que por lo menos no se aburrirá en mi casa!
Monsieur Seguín se equivocaba, su cabra se aburrió.

Un día, al mirar la montaña, se dijo:- ¡Que bien se tiene que estar ahí arriba. Que alegría de poder retozar en los helechos, sin esta maldita soga que te araña el cuello!...¡Eso está bien para el burro o el buey lo de pacer en un prado!...Las cabras necesitan más espacio.
Desde ese momento, la hierba del prado le pareció sosa. Se apoderó de ella el aburrimiento. Adelgazó, su leche se hizo rara. Daba pena verla el día entero tirar de su cuerda, la cabeza dirigida hacia el monte, la nariz abierta, gimiendo tristemente
¡Meee!...
Monsieur Seguín se daba bien cuenta de que a su cabra le pasaba algo, pero no sabía lo que era...una mañana al acabar de ordeñarla, la cabra se volvió y le dijo en su jerga:
- Oigame, monsieur Seguín, languidezco aquí, déjeme tirar hacia el monte.
- ¡Ah, Dios mío... ella también! Se exclamó asombrado monsieur Seguín, dejando caer la escudilla por el susto; luego sentándose en la hierba al lado de la cabra:
-¿Como puede ser, Blanquette, quieres dejarme?
Y Blanquette contestó:
-Si, monsieur Seguín.
-¿Es que te falta hierba aquí?
-¡Oh! ¡no! Monsieur Seguín.
- Será porque estas atada demasiado corto ; ¿Acaso quieres que te alargue la cuerda?
-No vale la pena, monsieur Seguín
-Luego, que te hace falta, ¿Que es lo que quieres?
-Quiero tirar hacia el monte, monsieur Seguín
- Pero, desgraciada, ¿Es que no sabes que está el lobo en el monte?...¿Que harás cuando te lo encuentres?...
-Le daré con los cuernos monsieur Seguín.
-El lobo se burla bien de tus cuernos. Me ha comido cabras con muchos mejores cuernos que los tuyos...
¿Es que no te acuerdas de la pobre Renaude que estaba aquí el año pasado? Una señora cabra, fuerte y maliciosa como un carnero. Se peleó con el lobo toda la noche...pero, por la mañana el lobo se la comió.
-¡Carajo, pobre Renaude!... me da igual, monsieur Seguín, déjeme ir al monte.
-¡Bondad divina!...exclamó monsieur Seguín: ¿Pero que es lo que le hacen a mis cabras? Una más que el lobo va a comerme...Pues bien, no me da la gana. ...¡te salvaré aunque tú no lo quieras, granuja! Y porque temo que rompas la cuerda, te encerraré en el establo, y ahí te quedarás siempre.
Después de eso, M. Seguín se llevó la cabra en un establo todo oscuro, y cerró la puerta con dos vueltas de llave. Desgraciadamente, se había olvidado de la ventana y apenas se dio la vuelta, la cabrita se fue...
¿Te ríes, Gringoire? ¡Claro! Ya lo sé; tu estás del lado de las cabras, tu en contra del bueno de monsieur Seguín...Pero vamos a ver si vas a reírte dentro de un rato.
Cuando la cabrita blanca llegó al monte todo fue un encanto general. Nunca los viejos abetos habían vista nada tan bonito. Fue acogida como una pequeña reina. Los castaños se inclinaban a tierra para acariciarla con la punta de sus ramas. Las flores doradas se abrían a su paso, y aromaban todo lo que podían. Todo el monte estaba de fiesta.
Ya te imaginas, Gringoire, ¡lo contenta que estaba nuestra cabra! Había desaparecido la cuerda, la estaca...nada que le impidiera corretear, de pacer a su antojo...Ahí si que había hierba, ¡hasta por encima de los cuernos, querido!.. ¡y que hierba! Sabrosa, fina, parecía encaje, y compuesta de mil plantas...Que diferencia con el césped del prado. ¡Y luego las flores!...Hermosas campánulas azules, digitales purpúreas de grandes cálices. ¡Todo una selva de flores salvajes rebosantes de sabrosos jugos!...
La cabrita blanca, medio borracha, se revolcaba ahí patas arriba rodando por los taludes, mezclada con las hojas muertas y las castañas...y luego se enderezaba de golpe sobre sus patas. ¡Hop!, arrancaba, la cabeza para alante, campo a través, ahora encima de una loma, ahora en el fondo de un barranco, arriba, abajo...parecía que había diez cabras de monsieur Seguín en el monte.
Es que Blanquette no le tenía miedo a nadie. Atravesaba de un salto grandes torrenteras que le salpicaban al pasar con vapores de agua fresca y de espuma. Luego toda empapada, iba a echarse encima de una roca plana para secarse al sol...Una vez al acercarse al borde de una meseta, una flor de cintia entre los dientes, divisó abajo, abajo del todo en el llano, la casa de monsieur Seguín, con su prado en la parte trasera. Eso le hizo reír hasta llorar.
-¡Que pequeñito, dijo. ¿Como habré podido caber ahí?
¡Pobretica!, es que al verse a tanta altura, creía que era por lo menos tan grande como el mundo...
En resumidas cuentas, todo eso fue una magnífica jornada para la cabra de monsieur Seguín. Hacia el medio día, al correr de derechas a izquierdas, se tropezó con un rebaño de gamuzas que estaban comiéndose a bocados una lambrusca. Nuestra pequeña andariega con su tocado blanco causó sensación. Se le dio el mejor sitio en la lambrusca, y todos esos señores fueron muy galantes...Se dice también, -eso tiene que quedar entre nosotros, Gringoire,- que un joven gamuzo de negro pelaje, tuvo la suerte de gustarle a Blanquette. Los dos enamorados se perdieron en el bosque una o dos horas, y si quieres saber mas, pregúntaselo a los arroyos chismosas que corren invisibles entre el musgo.

De pronto el viento se hizo más fresco. La montaña se volvió violácea: Era la tarde...
- ¡Tan pronto ya!, dijo la cabrita. Y se detuvo asombrada.
Abajo los campos estaban bañados en la bruma. El prado de M. Seguín desaparecía en la niebla, y de la casita solo se veía el tejado con un poco de humo. Escuchó las campanitas de un rebaño que se volvía, y le entró tristeza en el alma...Un búho que volvía, la rozó con sus alas al pasar. Se sobresaltó...luego se oyó un ulular en el monte:
-¡Huuuuuu! ¡Houuuuu!
Se acordó del lobo; en todo el día la locuela no se había acordado...En ese preciso momento se oyó el sonido de un cuerno que venía del fondo del valle. Era el bueno de M. Seguín que intentaba un último esfuerzo.
- ¡Huuuu! ¡Huuuuu!.... hacía el lobo.
- ¡Vuelve! ¡Vuelve!...clamaba el cuerno.
Blanquette tuvo ganas de volver; pero al acordarse de la estaca, la cuerda, la valla del prado, pensó que ahora ya no podía volver a llevar esa vida, y que era mejor no retornar.
El cuerno dejó de sonar...
La cabra oyó detrás de ella un ruido de hojarasca. Se volvió y vio en la sombra dos orejas cortas, completamente erguidas, y dos ojos que relucían...Era el lobo.

Enorme, inmóvil, sentado en su trasero, estaba ahí observando a la cabrita blanca y saboreándola anticipadamente. Como sabía que se la comería, el lobo no tenía ninguna prisa; solo cuando ella se volvió, se echó a reír maliciosamente.
-¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¡La cabrita de M. Seguín! Y se relamió el hocico con su lengua roja.
Blanquette se sintió perdida... Por un momento al acordarse la historia de la vieja Renaude, que combatió toda la noche para ser devorada por la mañana, pensó que quizás valía mejor dejarse comer enseguida; pero luego se rehízo, se puso a la defensiva, la cabeza agachada y los cuernos para alante, como una valiente cabra de M Seguín que era...No esperaba matar al lobo -Las cabras no matan a los lobos- Pero solo quería ver si podía resistir tanto tiempo como la Renaude...
Entonces, el monstruo se acercó, y los cuernecitos entraron en danza.
¡Ah, la valiente cabrita, con que buena gana combatía! Mas de diez veces, y no miento, Gringoire, obligó al lobo a retroceder para recuperar el aliento. En esas treguas de un minuto, la golosa cogía rápidamente una brizna de su querida hierba; luego volvía al combate con la boca llena...Esto duró toda la noche. De vez en cuando, la cabra de M. Seguín miraba las estrellas bailar en el cielo, diciéndose:
¡Oh! A ver si puedo aguantar hasta el alba...Una detrás de otra, las estrellas se apagaron. Blanquette redobló las cornadas, el lobo las dentelladas...Una luz pálida apareció en el horizonte. El canto ronco de un gallo subió desde una granja.
- ¡Por fin!, dijo el pobre animal, que solo esperaba el día para morir; y se echó por el suelo en su bella pellíz blanca toda manchada de sangre...
Entonces el lobo se abalanzó sobre la cabrita y se la comió.

¡Adiós, Gringoire!
La historia que te he relatado no es un cuento inventado por mí. Si algún día pasas por la Provenza, nuestros pastores te hablarán a menudo de la
cabro de moussu Seguin, que se battégue touto la neui emé lou loup, e piei lou matin lou loup la mangé.

Me has oído bien, Gringoire:
E piei lou matin lou loup la mangé

María Videla

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